lunes, 3 de enero de 2011

La llave extraviada en el cajon - sastre



Querida Yo,
¿Estás viva? ¿Me escuchas? Llevo un par de meses en los que estoy soñando por las noches, incluso a horas del mediodía cuando me dedico a coser los agujeros entre mis dedos y los ojos se cierran lacrados del rojo intenso de un cuerpo que aprieta. He vuelto a soñar.
Fue el brillo efímero de esa nostalgia, la noche en la que conducía por Madrid, lo que me llevó a olvidar que del cielo podría caer agua, o viento, o ira; pero aún así me acordé que abandonar la carta tropecientosmil  a su suerte haría que llegase seguro a alguna isla de piratas, de esas que tanto me gustaban cuando era pequeña.

Como desapareces y vuelves a aparecer. Como puedes ser y nunca estar. Como no pasa el tiempo pero te veo mayor. Y cuando tienes que mentirle al miedo, ¿qué le dices?

Nació en el eje de la punta de mi nariz de manera que no pudiera enfocarle ni aunque quisiera y, como la energía, saltó de lunar en lunar transformándose mientras dilataba los ejes de mi tiempo y las comisuras de mi sonrisa. En un beso robado rodeado de mil personas que no existían se desnudó sin que ni la mirada le delatase y se coló en el asiento del copiloto a modo de cuerda de guitarra para entonar alguna sinfonía. Se acostumbró. Sí, lo hizo. Se acostumbró a ser ese punto y final de todas las frases que me callaba para él.

La sensación de encontrarse prisionera de algo que te envolviese cada vez más deprisa fue aguda todas las mañanas, por eso salía de la cama despedida y no volvía hasta horas como éstas en las que te vuelvo a escribir. 
Deberías sentirte traicionada. 

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