sábado, 8 de enero de 2011

La clase había terminado. Como todas desde el comienzo del curso Cicerón aparecía cerrando los apuntes de la jornada. Salían a tropel todos los muchachos por las dos puertas laterales mientras el Profesor Donovan terminaba de recoger los folios que le habían dejado apoyados sobre su escritorio. Él no llegaba a los treinta y cinco, era un hombre bastante apuesto, no muy alto pero con un brillo no del todo claro en su mirada.
-Miss Dagis, ¿podría venir un momento, por favor? – una joven que cargaba con una carpeta entre sus brazos a modo de escudo y unas gafas grandes que prácticamente cubrían toda su cara se acercó a él con movimientos tan ligeros y lentos que cuando llegó al final el aula ya estaba prácticamente vacía.
-¿Sí, Profesor? – él continuaba empaquetando sus cosas y sin levantar la mirada sacó de su vieja cartera marrón un sobre con el nombre de la alumna al dorso.
-He presentado su trabajo de Navidad a la Academia, dirán algo dentro de un par de meses – se puso la gabardina azul oscuro y el sombrero y se dispuso a salir por la misma puerta por la que antes habían pasado todos aquellos trozos de personas.
-Es curioso. Me pidió que escribiera sobre el verano y terminé diciéndole que las cajas de cartón no pegaban con el amarillo de mi habitación.
-Sí, sí, Miss Dagis. La cuestión es que a ellos les guste, no a mi. 




“Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta; la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos desde el borde del paladar para apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo. Li. Ta.”

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